Os invitamos a leer lo revelado recientemente por un conocido comentarista social que hace constar que anda pasmado y traspuesto por la ofensiva que ha iniciado el Gobierno regional contra sus probos empleados.
Nunca antes se atrevió está Administración a ir tan lejos al señalar como culpable de todo a un grupo social. Pero es que ahora –precisamente ahora, con la crisis- tener un sueldo fijo y un puesto garantizado es privilegio que envidian miles y decenas de miles y centenares de miles de parados. Era la oportunidad. Y la han aprovechado: el Gobierno en pleno se ha descolgado revelando al común las sinecuras y desvergüenzas consentidas durante años por los mismos que ahora claman al cielo, qué curioso.
¿Son ciertos todos esos datos? Algunos sí, otros puede, otros son pura interpretación, leyenda urbana o demagogia de ultraliberal de la Escuela de Chicago que vive del presupuesto (son muchos).
Es verdad que hay más absentismo en la función pública que en el sector privado. Eso ocurre aquí y en Cataluña. Y también es cierto que ha más absentismo en la función pública de Canarias que en la de Cataluña. Pero también lo es que ocurre lo mismo en la construcción, el transporte o las oficinas. Es verdad que hay funcionarios que se escaquean. Ese es el deporte regional y nacional. Pero es mentira que unos fichen por otros, porque los sistemas ya no lo permiten. O que la función pública canaria sea la más ineficaz de España. No lo es –para nada- por unidad de trabajo. Lo que ocurre es que la política ha desdoblado cargos, instancias, oficinas y anexos: todo desdoblado e hinchado, menos los almidonados pliegues del dorsal número 1.
Estamos, pues, ante un catálogo inútil de acusaciones que no va a lograr mejorar la calidad del servicio público que se presta a los ciudadanos, ni ahorrar un duro a los contribuyentes. Una cascada de declaraciones cuyo objetivo es despistarnos y tapar las vergüenzas del desastre en que vivimos.
Ya dije que me caen mal los funcionarios: envidio la seguridad displicente que da saber que va uno a jubilarse en la misma silla, viendo pasar uno tras otro, a un montón de jefes eventuales e imbéciles, que nunca van a poder meterte en cintura. Y envidio la forma en que te miran sin verte, porque eres el único cliente que no tiene el derecho del cliente a tener siempre razón. Y envidio esa sonrisa híbrida entre ininteresada y torva, con la que te dicen “lo siento, no está bastanteado”. Y sobre todo envidio el hueco que dejan cuando salen a desayunar, cuando están de asuntos propios o cuando andan de baja.
Es verdad que me caen mal los funcionarios. Pero de siempre me han caído mucho peor los demagogos y los embusteros.